LA ACADEMIA
Naturalmente, también la
práctica efectiva de la educación humanística se afirmó en Italia antes que en
el resto de Europa. Muchos de los más grandes humanistas fueron también
maestros no sólo de categoría universitaria, sino también en el nivel medio. Algunos
de ellos, como Gasparino Barzizza (1359-1431), profesor de Padua, al mismo
tiempo que enseñaban públicamente en una universidad, mantenían por su cuenta
pequeñas escuelas-pensión (contubernia), es decir, aceptaban como pensionados a
jóvenes a los que preparaban en los estudios clásicos del nuevo tipo y para los
cuales no eran suficientemente propedéuticas las escuelas comunales atendidas
por el clero o por modestos profesores municipales. Por lo que toca a los
estudios universitarios, ya hemos dicho que los humanistas tropezaban a menudo
con no pocas dificultades para introducir en ellos sus enseñanzas y su
espíritu. Esta circunstancia, junto con el surgimiento de una situación
político-social en la que nuevas clases pudientes y nuevos señores ilustrados
demostraban un profundo interés por la cultura, sin que ese interés hallase
satisfacción por los normales conductos universitarios (por lo demás, la
Universidad preparaba teólogos y juristas, pero concedía poco a la cultura
“desinteresada”), determinó el surgimiento de algunas instituciones privadas de
alta cultura, las “Academias”. Cada Academia se proponía promover un
determinado tipo de estudio. Se trataba de materias no cultivadas en el campo
universitario, o a las que se quería dar una forma nueva y diversa de la
escolástica que aún predominaba en las universidades. Tal es el caso de la
Academia Platónica fundada en Florencia por Cósimo el Viejo a inspiración de
Gemisto Pletone, y dirigida por Ficino. Su objetivo era predominantemente
filosófico, pero promovía un platonismo de tipo nuevo del que nos ocuparemos
más adelante. Muerto Ficino y expulsados los Médicis, la Academia pasó bajo el
patrocinio de la familia Rucellai (y celebró sus reuniones en los famosos
huertos “Oricellari”), asumiendo un carácter cada vez más político hasta
convertirse en sede de conjuras antimediceas, de modo que en 1522 se la
dispersó al reprimirse la conjura contra el cardenal Giulio de Médicis, futuro
Clemente VII. Carácter arqueológico y erudito tuvo la Academia Romana, fundada
por Pomponio Leto, con los auspicios de los papas, y carácter literario la
Academia Pontaniana, patrocinada en Nápoles por el Aragón y bautizada así en
honor de su más famoso director, Pontano. En el siglo XVI florecerán nuevas
academias literarias (por ejemplo, la de los Infiammati en Padua, o la
Florentina) o filosóficas (como la que fundará Telesio en Cosenza), mientras
que en el siglo XVII surgirán las primeras academias científicas. En general,
las academias representan la laicización de la alta cultura. Esto no significa
que no colaborasen con ellas eclesiásticos y espíritus sinceramente religiosos,
sino sólo que ha surgido un nuevo tipo de hombre de estudio que no es
necesariamente ni eclesiástico ni profesionista de la cultura (médico, abogado,
maestro), sino que vive de renta, de mecenazgo u ocupa incluso cargos públicos.
Las academias son el lugar natural de reunión para quienes cultivan disciplinas
afines, incluso si lo hacen, como se diría hoy, en calidad de “diletantes”. Las
academias no son pues instituciones educativas, y no sustituyen a las
universidades como instrumentos de enseñanza superior, si bien colman las
insuficiencias de éstas en cuanto sedes de elaboración de la alta cultura.
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