jueves, 6 de octubre de 2016

La academia

 LA ACADEMIA

Naturalmente, también la práctica efectiva de la educación humanística se afirmó en Italia antes que en el resto de Europa. Muchos de los más grandes humanistas fueron también maestros no sólo de categoría universitaria, sino también en el nivel medio. Algunos de ellos, como Gasparino Barzizza (1359-1431), profesor de Padua, al mismo tiempo que enseñaban públicamente en una universidad, mantenían por su cuenta pequeñas escuelas-pensión (contubernia), es decir, aceptaban como pensionados a jóvenes a los que preparaban en los estudios clásicos del nuevo tipo y para los cuales no eran suficientemente propedéuticas las escuelas comunales atendidas por el clero o por modestos profesores municipales. Por lo que toca a los estudios universitarios, ya hemos dicho que los humanistas tropezaban a menudo con no pocas dificultades para introducir en ellos sus enseñanzas y su espíritu. Esta circunstancia, junto con el surgimiento de una situación político-social en la que nuevas clases pudientes y nuevos señores ilustrados demostraban un profundo interés por la cultura, sin que ese interés hallase satisfacción por los normales conductos universitarios (por lo demás, la Universidad preparaba teólogos y juristas, pero concedía poco a la cultura “desinteresada”), determinó el surgimiento de algunas instituciones privadas de alta cultura, las “Academias”. Cada Academia se proponía promover un determinado tipo de estudio. Se trataba de materias no cultivadas en el campo universitario, o a las que se quería dar una forma nueva y diversa de la escolástica que aún predominaba en las universidades. Tal es el caso de la Academia Platónica fundada en Florencia por Cósimo el Viejo a inspiración de Gemisto Pletone, y dirigida por Ficino. Su objetivo era predominantemente filosófico, pero promovía un platonismo de tipo nuevo del que nos ocuparemos más adelante. Muerto Ficino y expulsados los Médicis, la Academia pasó bajo el patrocinio de la familia Rucellai (y celebró sus reuniones en los famosos huertos “Oricellari”), asumiendo un carácter cada vez más político hasta convertirse en sede de conjuras antimediceas, de modo que en 1522 se la dispersó al reprimirse la conjura contra el cardenal Giulio de Médicis, futuro Clemente VII. Carácter arqueológico y erudito tuvo la Academia Romana, fundada por Pomponio Leto, con los auspicios de los papas, y carácter literario la Academia Pontaniana, patrocinada en Nápoles por el Aragón y bautizada así en honor de su más famoso director, Pontano. En el siglo XVI florecerán nuevas academias literarias (por ejemplo, la de los Infiammati en Padua, o la Florentina) o filosóficas (como la que fundará Telesio en Cosenza), mientras que en el siglo XVII surgirán las primeras academias científicas. En general, las academias representan la laicización de la alta cultura. Esto no significa que no colaborasen con ellas eclesiásticos y espíritus sinceramente religiosos, sino sólo que ha surgido un nuevo tipo de hombre de estudio que no es necesariamente ni eclesiástico ni profesionista de la cultura (médico, abogado, maestro), sino que vive de renta, de mecenazgo u ocupa incluso cargos públicos. Las academias son el lugar natural de reunión para quienes cultivan disciplinas afines, incluso si lo hacen, como se diría hoy, en calidad de “diletantes”. Las academias no son pues instituciones educativas, y no sustituyen a las universidades como instrumentos de enseñanza superior, si bien colman las insuficiencias de éstas en cuanto sedes de elaboración de la alta cultura.



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